martes, 21 de mayo de 2013

“TRANFULLERÍAS” EN EL DÉFICIT AUTONÓMICO (José Manuel Cansino en La Razón el 20/5/2013)



Máximo López Jiménez en su diccionario “Voces de Don Dionís y Paradas”, explica la voz “tranfullero” como aquel que hace trampas o fullerías.
Las cifras de decrecimiento de la zona Euro que se acaban de hacer públicas y las de déficit de las administraciones públicas españolas que también acaban de publicarse hay que leerlas conjuntamente.
La constatación de que la zona euro ha vuelto a entrar en recesión al registrar un crecimiento económico negativo del -0.2 % en el último trimestre, obliga a revisar el calendario de retorno al equilibrio presupuestario de importantes economías europeas como, por ejemplo, la francesa. Una economía cuya entrada en recesión nos afecta de manera directa por el importante volumen de exportaciones españolas que tienen como destino el país galo.
En resumidas cuentas el objetivo que ahora sostiene Bruselas es lograr reducir el déficit público europeo hasta el 3 % del PIB en 2016. A partir de aquí cada Estado se hace su composición de lugar y dosifica sus medidas de ajuste con la bendición de la Comisión.
Para España las exigencias son ahora un déficit máximo para 2013 del 6,3% del PIB; del 5,5% para 2014; 4,1% en 2015, y –ya en 2016- del 2,7%.
De manera casi inmediata, los diecisiete estados clonados que son las comunidades autónomas se han lanzado en busca de la parte de la tarta de la flexibilización que les toca, lo que no deja de ser razonable porque son los diecisiete miniestados-comunidades autónomas los que mayor volumen de competencias y de gasto acumulan. Es así desde que el último gobierno de José María Aznar aprobase la ley que obligaba a todos los gobiernos regionales a asumir las competencias en materia educativa y sanitaria aunque fuese a modo de trágala.
Pero lo que es lógico desde un punto de vista económico pierde su racionalidad cuando se intenta fijar un criterio para repartir la flexibilidad del criterio del déficit.
Para empezar están las regiones que reivindican su premio por haber sido las más cumplidoras con el objetivo del déficit, tanto que a fecha de marzo de 2013 presentaban superávit. Este es el caso de mayor a menor superávit de La Rioja, la Comunidad Valenciana, Asturias, Cantabria, Castilla La Mancha, Baleares y Extremadura (dejo fuera los territorios forales vascos por su privilegiado sistema de financiación).
Para seguir están las que han hecho justo lo contrario pero que justifican su déficit en las “mayores necesidades de gasto”. Algo que siempre es posible argumentar echando mano de la coartada más adecuada y que una veces es el porcentaje de población envejecida, o el de población joven, o el de población infantil, o el de la baja densidad de la población o, justo el contrario, la alta, pues para el caso lo mismo da que da lo mismo. Las regiones con mayor déficit en orden decreciente son Murcia, Castilla y León, Andalucía, Madrid, Cataluña, Aragón, Galicia y Canarias. También dejo fuera el caso navarro por la misma razón que el vasco.
En definitiva están quienes reclaman para sí la flexibilidad por cumplidores y los que lo hacen por lo contrario.
¿Tiene consecuencias económicas optar por uno u otro criterio? Pues con independencia de las razones que los deficitarios esgrimen –legítimas pero elegidas a interés de parte- en Economía el denominado problema del Riesgo Moral nos dice que si quien sale premiado en un acuerdo es el tramposo (el “tranfullero”), desaparece cualquier incentivo para cumplimientos futuros. Es una lección bien aprendida en el sector financiero en esta época. Esto es, si quien pide prestado lo hace a sabiendas de que no tendrá que sufrir consecuencias graves si incumple, no tendrá inconveniente alguno en pedir prestado la cantidad máxima.
Pero al margen del criterio del cumplimiento o no para repartir la flexibilidad, aparece la posibilidad no sólo de premiar a los incumplidores sino de hacerlo también a quienes extorsionan con argumentos diferentes. Naturalmente es el caso de Cataluña en la hipótesis improbable de que esté dispuesta a aplazar la deriva independentista a cambio de uno cientos de millones de euros más de déficit. El soberanismo ha llegado demasiado lejos ya como para frenarse por este tipo de concesiones que dejarían los argumentos secesionistas al nivel del reglamento de un casino.
El criterio de reparto de la flexibilidad del déficit debe hacerse de manera transparente. Así debe ocurrir con el mecanismo de financiación de cualquier administración pública. También debe hacerse sobre el criterio de premiar al que ha cumplido salvo que, en adelante, se quiera que las administraciones se tomen las cifras de déficit con el rigor de un matasuegras. Pero no debe olvidarse que sigue estando pendiente la gran cuestión.
La gran cuestión es ¿cuáles deben ser las competencias de las administraciones territoriales? ¿Deben mantenerse estructuras competenciales duplicadas y, en no pocas ocasiones, triplicadas? Y es que discutir sobre la cifra de déficit en lugar de hacerlo primero sobre el modelo administrativo del Estado no es más que tratar una patología severa administrando aspirinas.
El Ministerio no haría mal en tomar nota del ejemplo con el que el autor del mencionado Diccionario viene a ilustrar el uso de la voz “tranfullero”:
  • -        Ahí voy al cantillo para jugar a los muñecos con fulanito.
  • -        Pues ten cuidado con él, que es muy tranfullero.

Pues lo que vale para lo uno vale como advertencia a premiar a quien incumple y adorna su tranfullería espigando los argumentos de coartada y ocultando los sonrojantes.

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