martes, 2 de diciembre de 2014

LA IMPOPULAR INDOLENCIA SUREÑA (José Manuel Cansino en La Razón el 1/12/2014)


La indolencia es uno de los grandes males que azotan a la sociedad andaluza secularmente. Es un argumento sumamente impopular cuando se esgrime como explicación del 36 % de desempleo que exhibe esta región y también cuando se recurre a ella para explicar la tolerancia con la corrupción pública.



No es difícil entender la impopularidad del argumento. Su cuantificación es imposible y, por tanto, lo que tenemos es una 'percepción' de que la indolencia esta muy asentada en la sociedad pero no una cuantificación científica de la misma. Esto es un problema pues la 'percepción' como escribía Coddington no es 'conocimiento' sino sucedáneo de conocimiento. De manera que frente a quien esgrime la indolencia como factor explicativo de nuestra persistente posición en la cola del empleo y de la renta per capita en España, siempre se pueden espigar datos cuantificados sobre, por ejemplo, el número de elevado horas que -en promedio- se trabaja en Andalucía . Naturalmente este es un dato más robusto aunque tramposo pues no analiza el rendimiento del tiempo que se esta en el puesto de trabajo.
Sobre este y otros asuntos hemos tenido la oportunidad de reflexionar recientemente convocados por el colectivo 'Andaluces Regeneraos'. Lo hemos hecho en una sesión de trabajo moderada por el flamante doctor en Administración de Empresa, Antonio Leal, recién llegado de la Universidad británica de Lancaster y junto al presidente del Observatorio Económico de Andalucía, Francisco Ferraro.
Además de intercambiar opiniones sobre la necesidad de revisar el modelo de la Administración del Estado recuperando para la Administración General del Estado las competencias en derechos fundamentales como la Educación y la Sanidad, tuve oportunidad de debatir sobre dos cuestiones concretas relacionadas con la indolencia.
La primera está directamente relacionada con la propuesta, lanzada desde estas mismas páginas, de recuperar las convocatorias de plazas de Catedrático de Instituto
La propuesta hecha desde aquí ha sido una de las que mayor eco ha tenido aunque no sin matizaciones. La primera la hizo el profesor Luis Rull, catedrático de la Universidad de Sevilla y persona no solo implicada en la Academia sino también en la vida cultural andaluza. El profesor Rull, estando de acuerdo con la propuesta y con su gestión a nivel de la Administración General, no estaba de acuerdo en que fuese la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad la que evaluase el curriculum de los candidatos. Bien, es una cuestión no de falta de voluntad sino de selección del órgano que haga la evaluación.
Sin embargo la mayor reticencia la encontré entre los propios profesores y los representantes sindicales. Los profesores de Instituto con los que debatí desconfiaban de los criterios de promoción profesional que fijaría la Administración Autonómica que sospechaban serían arbitrarios. Los representantes sindicales leían la propuesta sin entusiasmo. Probablemente recelosos de no poder promocionar a Catedrático ellos mismos si no se valora a su actividad sindical en el mismo plano que la calidad de la docencia sobre la que bascularia la posible promoción profesional.
El resultado es que una propuesta que sirve para mejorar la calidad del sistema educativo de las enseñanzas medias, queda empantanada por una mezcla de desconfianza (fundamentada) y de indolencia (imposible de cuantificar por su propia naturaleza) de quienes más interesados deberían estar en promoverla.
La segunda manifestación de este mal escurridizo de la indolencia lo situo en el fenómeno del subempleo . Un problema gravísimo que va más allá del ya del por sí terrible problema del desempleo. 
La Organización Internacional del Trabajo define el subempleo por insuficiencia de horas de trabajo como la situación en la que se encuentra un empleado que estaría dispuesto a trabajar más horas de las que trabaja si se le ofreciese la posibilidad. No es este al subempleo al que me refiero sino aquella situación en la que el trabajador ocupa un puesto de trabajo para el que se exige una cualificación mucho menor de la que tiene. Puede aceptarse esta situación para los primeros estadios de la actividad profesional de una persona cuando aun falta experiencia. Pero es económicamente ineficiente que una persona se acomode de por vida a un empleo para el que le sobran los años de Master y de Universidad. Un Máster y una Universidad que, si son públicos como ocurre mayoritariamente en España, han sido pagados por todos los contribuyentes. En otros términos lo anterior significa que 'ricos y pobres' pagan con sus impuestos una formación universitaria que luego no se utiliza en el desempeño de muchos puestos de trabajo.
Con frecuencia la indolencia explica que después de acceder a una (o varias) titulación (e)s superiores pagadas por todos los contribuyentes, muchos se acomoden en un puesto de trabajo poco remunerado y muy por debajo de la cualificación profesional de quien lo ocupa. 

El reconocimiento del esfuerzo y la confianza en la capacidad de cada persona en la autosuperación como valores centrales de la sociedad darían muy poco espacio a la indolencia y abrirían las puertas a una sociedad más justa con una economía más sólida.

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