viernes, 16 de enero de 2015

La amnesia que España vence (José Manuel Cansino en La Razón el 12/1/2015)

Volvía de participar en un programa de televisión en el que se valoraban los resultados de la pasada Cumbre del Clima de la ciudad de Lima (la denominada COP20) y coincidí en el taxi que amablemente nos devolvía a la ciudad, con otros contertulios y participantes en el programa. 



Tres éramos profesores universitarios que nos dedicábamos a la actividad docente e investigadora y los tres compartíamos la realidad de la nueva Universidad española. Uno de ellos, nacido en Bilbao y trabajando actualmente en Madrid en el Centro Estatal de Atención al Daño Cerebral, se había formado después de estudiar medicina en España en el Hospital Johns Hopkins de Baltimore (Maryland). Es este un hospital fundado por un reputado cuáquero cuyos pacientes son atendidos en un 50 % de manera gratuita y en otro 50 % de manera privada a través del sistema de mutualidades norteamericanas. 
Este joven neurólogo es hoy el principal experto en recuperación de amnesias en España. Llega a recuperar al 90 % de sus pacientes. Incluso en los casos en los que no lo logra, la mitad de ellos pueden reintegrarse a la vida profesional aun no del todo recuperados. En su tiempo en Estados Unidos compaginaba su actividad clínica con la investigadora. 
La otra ocupante del taxi, una joven profesora de la Universidad Rovira i Virgil, se había formado también, después de en España, en Washington y ahora trabajaba, entre otras tareas, en un proyecto de investigación financiado con fondos europeos. Quienes nos dedicamos a la investigación sabemos lo difícil que es conseguir que elijan financiar tus proyectos las autoridades comunitarias dado el nivel de competencia que existe. Y dicho sea de paso, aunque en España, uno de los pecados del aldeanismo ha sido crear una universidad (o dos) en casi cada provincia, he de reconocer que los profesionales que conozco de esta Universidad, lo son de primer nivel. 
El otro ocupante era yo, que después de haber estado como profesor invitado en la Universidad de Lund en Suecia, los Reyes Magos me habían traído como regalo la concesión de un proyecto de investigación internacional financiado por el gobierno de Chile para los próximos tres años. 
Efectivamente, la Universidad española, en menos de una década, ha soportado muchos y muy intensos cambios. Algunos desconcertantes en mi opinión, como la forma en la que se ha aplicado el Plan Bolonia. Un sistema diseñado con ínfulas de ricos y presupuestos ridículos. Pero otros resultados son muy esperanzadores como demuestra el hecho que los artículos científicos publicados por investigadores españoles hoy están muy por encima de nuestro ranking en términos de renta per capita. Parte inequívoca de este resultado ha sido la salida al extranjero para completar nuestra formación y entrar en redes internacionales de trabajo. 
El cuarto integrante del taxi -y más importante- era el conductor. Complacido al oír al joven neurólogo vasco, comentó que a su hermana la acababan de sacar adelante con un ictus de grado 8. El médico -de cuyo bagaje profesional ya estaba al tanto el taxista- le dio fundadas esperanzas de restablecimiento. Todos coincidimos -vasco, catalanes y andaluz- en que uno de los principales patrimonios de nuestra Nación es el sistema sanitario. Nadie le puso apellido regional. Era el sistema sanitario español sin matizaciones. Un sistema que además de haberse forjado durante décadas ha tenido la contribución de las más dispares ideologías ministeriales. Así hemos pasado desde los trabajos de la Comisión de Reformas Sociales (1883), a las normativas republicanas, falangistas, socialistas y conservadoras que lo han ido modelando sobre el dinero de los contribuyentes y el esfuerzo de los profesionales.
Nuestro sistema sanitario hasta ahora ha sido capaz de sobreponerse a los intentos de fragmentación territorial, aunque no sin lamentables excepciones. Cualquier país sin complejos exhibiría este sistema sanitario como gran logro nacional y reconocería socialmente a sus mejores integrantes. Y naturalmente no se le ocurriría fragmentarlo distinguiendo a los pacientes según su lugar de residencia. Los derechos son de las personas y no de los territorios, y el derecho a la salud es uno de los fundamentales.
 Esta larga historia, también debería vencer a la amnesia social a la que se somete a los españoles ocultando nuestros éxitos históricos bajo la lápida de un lacerante e inexplicable sentimiento de vergüenza.

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