miércoles, 14 de octubre de 2015

ESPAÑA. ASIMETRÍAS CIERTAS Y ASIMETRÍAS IMPOSIBLES (José Manuel Cansino en La Razón el 12/10/2015)

Por desconocimiento o por ánimo de mentir, faltan a la verdad quienes sostienen que no existen derechos distintos (asimétricos) de los españoles dependiendo de la región en la que residen. Los hay actualmente.
Desde luego vascos y navarros disfrutan de regímenes de financiación abiertamente diferenciados del resto de regiones. Tan diferentes que basta dedicar unos minutos a comparar el gasto en educación por alumno que se pueden permitir estas dos regiones forales con el mismo dato en las denominadas regiones de régimen común.



Existen también diferencias evidentes en el régimen fiscal de las Islas Canarias y también las hay para Ceuta y Melilla. Precisamente estas dos ciudades ostentan, además, un estatus legal autonómico diferente como ciudades autónomas (curiosamente es ese estatus legal el que reconoce explícitamente su españolidad que, en cambio, no se incluyó en la Constitución). Para no extendernos más, existen también diferencias importantes en el funcionamiento del sistema eléctrico de las Islas Baleares.
El punto de partida, por tanto, para abordar las demandas de los independentistas catalanes es pues, reconocer que existen asimetrías bien de origen histórico bien por razones de compensación a los compatriotas extrapeninsulares que se fundamentan en la solidaridad del resto de la Nación española.
La segunda cuestión, en mi opinión, es si estas asimetrías son justas (en el sentido económico de equidad) o no. La opinión más extendida y cada vez menos indisimulada es que los regímenes de financiación forales están en el origen de un reparto inequitativo, desigual, de los impuestos recaudados que les permiten financiar con mucho más dinero los servicios públicos (esenciales y no tan esenciales) sobre los que tienen competencias. Tanto el pago que anualmente hacen por los servicios que la Administración General del Estado presta a sus ciudadanos (por ejemplo asistencia en el extranjero, seguridad nacional, etc) como su contribución solidaria con las regiones menos ricas (vascos y navarros tienen niveles altos de renta per capita), son pagos que se establecen por criterios políticos y no económicos. Es un secreto a voces.
El mantenimiento del sistema de financiación foral es inequitativo visto desde la perspectiva del resto de regiones españolas y sólo se mantiene por el frágil vínculo afectivo que mantienen con el resto de España. No es difícil imaginar que la denuncia del régimen foral vasco llevaría al PNV del independentismo contenido actual al secesionismo explícito. La batasunización actual de Navarra no auguraría nada diferente. Por tanto, la asimetría que suponen los dos regímenes forales en vigor se sostiene en la amenaza de la secesión pero en absoluto en su contribución a la justicia distributiva de los recursos públicos.
Si el abordaje de las demandas del independentismo catalán se hacen por la vía de reducir su aportación a la solidaridad con el resto de España (los aproximadamente 8.000 millones de euros/año que resultan de las balanzas fiscales), el resultado será inequívocamente insoportable. Baste recordar que en los denominados estatutos de autonomía de segunda generación (aquellos se nacieron de la reforma de los primeros aprobados tras la Constitución de 1978) rige la ‘cláusula Camps’ en virtud de la cual cualquier mejora que se le reconozca a una región, pasaría a incorporarse automáticamente a las demás.
El resultado sería un sistema de financiación en el que ninguna región con superávit fiscal contribuiría solidariamente a las deficitarias y la cantidad y calidad de los servicios públicos sería groseramente diferente dependiendo del territorio de residencia. Tengan esto claro quienes se dejan seducir por la idea ingenua de atender las demandas del independentismo catalán reduciendo su aporte a la solidaridad a una cifra simbólica como la que ahora pagan vascos y navarros.
Pero si el problema se aborda no desde una perspectiva estrictamente financiera sino también política, esto es, reconociendo a Cataluña un pretendido estatus de Nación, debe saberse que el independentismo no busca sólo un estatus de tal. Su exigencia es la de Nación Estado. Apliquen ustedes la ‘cláusula Camps’ y no resultará difícil imaginar una balcanización fulminante de España.
Las otras asimetrías actuales que nacen de la necesidad de compensar a los españoles que tienen limitaciones geográficas al acceso de los servicios públicos esenciales (por razón de su insularidad o extrapeninsularidad) no han provocado ningún rechazo social significativo. Tampoco pueden ser reivindicadas por los demás por la evidente razón de que esas peculiaridades geográficas no les atañen. Otros problemas como la dispersión demográfica, la diferente evolución de la pirámide demográfica o los movimientos migratorios dentro de España, ya se contemplan en el sistema de financiación y siempre están sujetos a lógica revisión.

La cuestión es si España debe caminar hacia el ahondamiento de las asimetrías entre españoles en el acceso de los servicios públicos fundamentales o si se debe garantizar de manera eficaz que servicios como la sanidad, la educación o la justicia –por citar sólo algunos- estén blindados frente a las pugnas territoriales. Para esto no basta con la razón. Es necesario reconstruir los afectos entre españoles y el reconocimiento de la Nación como marco que garantice nuestra libertad e igualdad en derechos. Desconfiemos de los profesionales de las pugnas territoriales. A menudo no buscan más que mantener sus propios privilegios financiados con el dinero de todos.

¿QUÉ HACER CON TANTO DINERO? (José Manuel Cansino en La Razón el 5/10/2015)

He oído decir a expertos analistas de la crisis que comenzamos a superar que la cantidad de dinero en sentido amplio (no sólo monedas y billetes) puesta en movimiento en Estados Unidos desde 2008 hasta ahora, supera en seis veces la que ha circulado desde 1944. En esta fecha se acordó por las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial, que el dólar estadounidense sería la moneda de referencia del sistema monetario internacional. La cuestión que ahora se plantea es ¿cómo se retira esta cantidad de dinero –en Estados Unidos y también en Europa- sin provocar una nueva crisis.
La expansión monetaria ha sido la principal herramienta para hacer frente a la Gran Recesión inaugurada en 2007. Las políticas de expansión del gasto público típicamente keynesianas tuvieron un escaso recorrido después de las reuniones del G20 en 2009 y 2010. Lo que vino después fue una expansión monetaria brutal y sin precedentes tutelada por unas instituciones –los bancos centrales- bastante ajenas al control democrático de los Parlamentos. De hecho, si las decisiones de inyectar liquidez al sistema bancario hubiesen tenido que pasar trámites parlamentarios largos como los típicamente europeos, aún estarían por aplicar la mayoría de las medidas. Naturalmente esto da qué pensar.
La realidad es que en poco tiempo y en Europa hemos multiplicado por cuatro la cantidad de dinero en circulación sin apenas impacto en el crecimiento y sin espantar claramente la deflación. La receta aplicada ha sido justo la contraria de lo que se hizo tras el crack bursátil en Wall Street el viernes 23 de Octubre de 1929. Es decir, se ha respaldado con inyecciones masivas de dinero a un sistema bancario que primero afrontó un grave problema de falta de liquidez y luego un problema a un más serio de crisis de solvencia o caída en picado del precio de sus activos (que eran títulos de deuda a favor de los bancos). Sin embargo, el resultado de esta gran expansión monetaria ha sido decepcionantemente pequeño.
La expansión monetaria primero consistió en inyectar dinero a los bancos, luego se bajaron los tipos de interés por parte del Banco Central Norteamericano (la FED) y luego el Banco Central Europeo (BCE), luego se compró deuda pública a través de los bancos privados, posteriormente se prestó dinero a los bancos y no a corto sino a tres años. No fue suficiente y se fue en Europa a la gran expansión cuantitativa. 60.000 millones de euros cada mes. Así lo ha resumido magistralmente el profesor Fernando Faces en el V encuentro del Observatorio Económico de Andalucía que preside Francisco Ferraro.
La cuestión ahora es que no se sabe cómo retirar esta gran cantidad de dinero. Retirar esta inmensa cantidad de liquidez no es nada fácil. Desde 2014 la FED se está pensando hacerlo sin saber cómo. En resumen, no conocemos el camino de vuelta.
Lo que sí es claro es que la FED está determinada a subir los tipos de interés para así retirar parte de la liquidez pero no se atreve.
La preocupante interpretación de los mercados del aplazamiento de subida de tipos de interés en EEUU ha sido que mal tienen que estar las cosas para que no se atrevan a subir los tipos. Como consecuencia, las bolsas han caído generalizadamente.
La convicción de parte de los analistas es que el dinero, en buena parte, se ha ido a los países emergentes a financiar un fuerte proceso de endeudamiento (apalancamiento) mientras que en Europa las empresas y las familias han ido paulatinamente desapalancándose.
Así las cosas, China juega ahora –junto con países como Brasil- el mismo papel de países fuertemente endeudados que a comienzos de la crisis jugaba EEUU o buena parte de Europa.
Es aquí donde se han encendido las alarmas ¿Qué le ocurriría a una China fuertemente endeudada si entra en recesión y los tipos de interés, finalmente, suben? El problema puede ser mayúsculo y, desde luego, está obligando a enfriar las buenas expectativas de crecimiento de países como el nuestro.
Bien es cierto que una buena parte del endeudamiento chino es con el ahorro interno, menos expuesto a una subida internacional de tipos, pero si la recesión china no es coyuntural sino fruto de la explosión de una fuerte burbuja inmobiliaria que coincide con el parón de la economía brasileña, entonces, el problema no va a ser pequeño y es posible que la subida de tipos de interés se aplace. De ser así, Occidente seguiría con una gran cantidad de dinero circulando sin que se traduzca en una recuperación económica fuerte.