domingo, 27 de marzo de 2016

LAS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DE LA RECONCILIACIÓN (José Manuel Cansino en La Razón el 21/3/2016)


"¿Cuantos siglos caben en las horas de un niño?" se preguntaba Luis Cernuda en ese eterno regreso a la infancia que podía ser, entre otros recuerdos, el de unos niños que hace más de tres décadas se asomaban a la Semana Santa con una incipiente capacidad de discernimiento. No sería forzado fabular que estrenarían el conocimiento asidos a las manos de sus abuelos en aquella Semana Santa en la que ha poco se había dado el pistoletazo de salida del luego "boom" de los hermanos costaleros con la cuadrilla del Cristo de la Buena Muerte de la Hermandad de Los Estudiantes (pocos saben que después fue la de Jesús Nazareno del pueblo de Paradas). En las manos de sus abuelos y en aquella Semana Santa austera había un ánimo de reconciliación entre españoles conjunto con el olor de azahar.
Efectivamente nada estaba escrito aunque hubiese muchas tutelas. Si la incertidumbre desprendiera olor hubiera competido en intensidad con el típico olor a azahar que a fuerza de repetirlo tópicamente provocó el hartazgo de Chaves Nogales. Había Semana Santa en una Nación (a la que luego quisieron cambiar el nombre por el de "este país") que quería culminar un proceso de reconciliación que para unos -los promotores de la revista El Escorial- comenzó muy pronto y para otros, en honor a la verdad, no llegó nunca.



Sin ese ánimo de superar la división de las dos Españas no se hubieran firmado los Pactos de la Moncloa o se conseguirían ampliar las bases de un estado social o de bienestar iniciado algunas décadas anteriores. 
La reconciliación iniciada con mayor o menor fortuna en torno a hitos como la mencionada revista El Escorial o la construcción de El Valle de los Caídos, se institucionalizó en la Transición. Pero lo que debía ser un proceso natural de maduración que conllevase acumulativamente a unos mayores espacios de entendimiento entre los adversarios, ha derivado en un sentimiento de odio entre los chavales de horas infinitas como los que evocaba el poeta sevillano magníficamente biografiado por Antonio Rivero Taravillo. Ahora hay jóvenes preñados de un odio reeditado y peligroso.
Es cierto que la Transición no tuvo ese halo beatífico con el que se nos obligaba a estudiarla en clase. Lo que luego se ha sabido del fallido golpe del 23-F, de Montejurra y lo que aún queda por saber del asesinato de los abogados laboralistas de Atocha han servido para poner a la Transición en un lugar menos ditirámbico pero, con todo, positivo si nos quedamos con lo que de institucionalización del deseo reconciliador tuvo.
Sólo quienes han conocido una caricatura de la Guerra Civil montada sobre arquetipos cómicos de buenos y malos, pueden ahora protagonizar un desencuentro tan grande que llega a rezumar el odio que aquellos abuelos que acompañaban a los párvulos nazarenos de los años 80 quisieron enterrar en un abrazo de paz y de perdón; un perdón no muy diferente del que sustancia muchos de los misterios que ahora procesionan.
Los hijos de aquellos abuelos, son los abuelos de hoy y la crisis brutal los ha devuelto a ser el bastidor que sostiene el tejido social español. Entre 2007y 2015 han habido en España alrededor de 480.000 ejecuciones hipotecarias. Bien es cierto que buena parte de ellas lo han sido de segundas viviendas pero en las que lo fueron del domicilio familiar, ahí estaban los abuelos, los entonces jóvenes e hijos de los abuelos de la Transición que comenzaban a ganarse el pan y sus hijos paseaban de la mano de los mayores. A base de su esfuerzo por muchos pasaron todos los años de una vez. Pero los nietos de ahora que coquetean irresponsablemente con el odio guerracivilista encuentran techo y comida en los hogares austeros de quienes envejecieron convencidos de la necesidad de reconciliación . 
Es cierto que cuando la pobreza entra por la puerta, muchos sentimientos nobles salen por la ventana, pero estaría bien que las generaciones mayores, que ya ponen la lumbre, la mesa y el mantel, transmitan que el odio al adversario sólo conduce al enfrentamiento que poco bueno trae. 

La Semana Santa es un marco apropiado para compartir estas enseñanzas. Yo lo veo en sus ojos. En los ojos achinados con los que mira la Virgen de los Dolores de mi pueblo. Son los ojos de mi infancia, son los de mi familia y son los que espero que me contemplen en la aduana final en la que todo lo fías a la Misericordia.

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